Amado Padre que estás en el cielo, fuente viva de todo lo que es eterno en nosotros, venimos ante ti a suplicarte que fortalezcas los dones que nos has dado. Concédenos luz de vida, con la que podamos caminar a pesar de las muchas cargas e incertidumbres de nuestra vida terrenal. Protégenos del engaño y la desilusión. Fortalece en nosotros, en muchos otros y finalmente en toda la humanidad, la esperanza por tu reino eterno sobre nosotros, que es inalterable e inconmovible. Amén.
Lectura del santo evangelio según san Marcos 6,53-56
En aquel tiempo, terminada la travesía, Jesús y sus discípulos llegaron a Genesaret y atracaron. Apenas desembarcados, lo reconocieron y se pusieron a recorrer toda la comarca; cuando se enteraba la gente dónde estaba Jesús, le llevaba los enfermos en camillas. En los pueblos, ciudades o aldeas donde llegaba colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejase tocar al menos la orla de su manto; y los que lo tocaban se curaban.
Para continuar el camino menos solo
El evangelio de hoy expresa en pocas palabras cómo la gente reconoce a Jesús y acuden de forma numerosa. Hay entusiasmo, movimiento, solidaridad. Van atrás de Él porque desean que Jesús les sane. No es una búsqueda individualista: “comenzaron a traer a los enfermos en camillas”, incluso orientan a las personas para que le toquen, aunque solo sea, la orla de su manto.
Considero importante superar la imagen de la enfermedad como ausencia de salud física, aún a sabiendas de que ésta es muy importante. Pero la salud no lo es todo. Podemos conocer personas que tienen una buena salud y viven agobiadas por diversas situaciones. También podemos conocer personas que viven la fragilidad de la salud y, aun así, poseen un fuerte sentido de la vida que transmite serenidad, confianza y sabiduría.
La gente buscaba a Jesús y le reconocían. Llevaban a las personas que no podían ir por sí mismas hasta Él, aconsejaban qué tenían que hacer en presencia de Jesús para “ser curados”, es decir, para rescatar nuevamente el sabor de la vida y continuar el camino menos solo.
El evangelio de hoy nos “toca” con ternura en las circunstancias actuales, en las que, para no contagiarnos y no caer enfermos del COVID19, “no debemos tocarnos”. Experimentamos la ausencia del “toque” y la gran necesidad de “tocarnos”. Deseamos poder abrazarnos nuevamente, en un movimiento duplo del dar y recibir, del caminar juntos, de ayudarnos mutuamente… de cultivar una mística que restaura la armonía de toda la creación en su diversidad.
Hna. Ana Belén Verísimo García OP
Dominica de la Anunciata