La decapitación de Juan el Bautista

Quiero alabarte, Señor, con todo el corazón, y contar todas tus maravillas. Quiero alegrarme y regocijarme en ti, y cantar salmos a tu nombre, oh Altísimo. Salmo 9, 1-2 

Marcos 6,14-29

EN aquel tiempo, como la fama de Jesús se había extendido, el rey Herodes oyó hablar de él. Unos decían:

«Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por eso las fuerzas milagrosas actúan en él».

Otros decían:

«Es Elías».

Otros:

«Es un profeta como los antiguos».

Herodes, al oírlo, decía:

«Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado».

Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado.

El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener a la mujer de su hermano.

Herodías aborrecía a Juan y quería matarlo, pero no podía, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo defendía. Al escucharlo quedaba muy perplejo, aunque lo oía con gusto.

La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea.

La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados. El rey le dijo a la joven:

«Pídeme lo que quieras, que te lo daré».

Y le juró:

«Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino».

Ella salió a preguntarle a su madre:

«¿Qué le pido?».

La madre le contestó:

«La cabeza de Juan el Bautista».

Entró ella enseguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió:

«Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista».

El rey se puso muy triste; pero por el juramento y los convidados no quiso desairarla. Enseguida le mandó a uno de su guardia que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre.

Al enterarse sus discípulos fueron a recoger el cadáver y lo pusieron en un sepulcro.

Reflexión sobre la pintura

Caravaggio pintó este lienzo tres años antes de su muerte. Para entonces estaba obsesionado con el tema de la decapitación de San Juan Bautista. Hizo varias composiciones diferentes sobre este tema. Esta es una versión más meditativa. Vemos al musculoso verdugo, Herodías y Salomé agrupadas estrechamente alrededor de la cabeza de San Juan, que tiene los ojos cerrados. Herodías y el verdugo miran hacia la cabeza, satisfechos con el resultado. Pero Salomé parece decididamente incómoda, incluso angustiada, y mira lejos de San Juan. ¡Nos mira a nosotros!

Es principalmente la pose del verdugo la que es fascinante. Está mirando la cabeza de San Juan, pero su mirada es muy meditativa. La horrenda historia de nuestra lectura de hoy se convierte en este cuadro en una profunda meditación sobre la muerte, la maldad humana y nuestra propia pecaminosidad. Todos somos como el verdugo a veces. Me hace pensar en San Longinus el Centurión, que llevó a cabo la crucifixión de Jesús y atravesó el costado de Jesús con una lanza. Después se convirtió al cristianismo. No sabemos qué le pasó al verdugo de San Juan. Me gustaría pensar que, como Longinus, pudo haber encontrado a Cristo. No lo sabemos. San Longino aprovechó el momento de traspasar a Cristo y permitió que cambiara su vida. Pasó de ser un soldado de Roma a ser un soldado de Cristo en ese mismo momento... soldados de Cristo y para Cristo, algo a lo que todos estamos llamados...