Señor nuestro Dios, te damos gracias de corazón, desde lo profundo de nuestros corazones, porque nos consideras dignos de colaborar contigo para que la redención llegue al mundo en Jesucristo. Actualmente existen muchas personas que ya se están regocijando en su Redentor; están llenas de esperanza y consuelo, porque el fin está cerca, el día en que se manifestará tu gloria, cuando el mundo entero y todas las naciones te glorifiquen, oh gran Dios y Padre celestial. Oramos para que llegues en nuestro tiempo. Ayúdanos, Señor nuestro Dios. Día y noche te buscamos con la esperanza de contemplar el tiempo de tu gloria, con la esperanza de recibir esa paz que sobrepasa todo entendimiento y de alcanzar la redención, la gran salvación del cielo, por medio de ti, el Dios de todo lo que existe. Amén.
Lectura del santo evangelio según san Lucas 9, 22-25
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día».
Entonces decía a todos:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo?».
El que pierda su vida por mi causa, la salvará
Iniciando la cuaresma, los textos litúrgicos nos presentan a Jesús anunciando su trayectoria: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumo sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día”. Y así fue en verdad. Jesús traía un mensaje para toda la humanidad, el mensaje del amor, de la entrega, el mensaje de ser hijos del mismo Dios. Pero este mensaje no fue aceptado por las autoridades religiosas de su tiempo. Le pidieron que se callase, pero Jesús no se calló. Siguió predicando su mensaje de amor hasta el final. Y fue ejecutado. Pero su final no fue la muerte en la cruz, sino que su Padre le resucitó al tercer día. Su vida de amor venció a la muerte.
Jesús nos pide: “El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con la cruz de cada día y se venga conmigo”. Hay que aclarar que la cruz con la que nos pide que carguemos es su misma cruz, es decir, la cruz del amor, la cruz del “amaos unos a otros como yo os he amado”. El que vive como Jesús, el que pierda y entregue su vida por su causa, la salvará, se encontrará con la resurrección a una vida de total felicidad.