"Los pueblos son libres para darse el régimen que ellos quieran, pero no son libres para hacer sus caprichos. Tendrán que ser juzgados, en el sistema político o social que ellos escojan, por la justicia de Dios, y Dios es el juez de todos los sistemas sociales. El evangelio, como la Iglesia, no puede ser acaparado por ningún movimiento social ni político."
La violencia del amor, Romero, Oscar
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: “No piensen que he venido a traer la paz a la tierra; no he venido a traer la paz, sino la espada. He venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y los enemigos de cada uno serán los de su propia familia. El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que salve su vida, la perderá y el que la pierda por mí, la salvará. Quien los recibe a ustedes, me recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado. El que recibe a un profeta por ser profeta, recibirá recompensa de profeta; el que recibe a un justo por ser justo, recibirá recompensa de justo. Quien diere, aunque no sea más que un vaso de agua fría a uno de estos pequeños, por ser discípulo mío, yo les aseguro que no perderá su recompensa’’.
Cuando acabó de dar instrucciones a sus doce discípulos, Jesús partió de ahí para enseñar y predicar en otras ciudades.
Cualquier seguidor de Jesús debería, por supuesto, ser pacificador y evangelizar sin usar la violencia. Sin embargo, la respuesta a la Buena Nueva será mixta: algunos escucharán y aceptarán el mensaje; otros lo rechazarán. Debido a esto, las familias se dividirán o los amigos podrían terminar en conflicto. Así, en el pasaje del Evangelio de Lucas de hoy, Jesús se refiere a la espada en términos de división, no en términos de violencia. Es un llamado a seguir a Cristo sin importar las consecuencias negativas que podamos encontrar.